Cuando en Europa los feudos fueron aumentando su población, también aumentó la demanda de alimentos, ropa y demás productos que el feudo no podía satisfacer. Las ciudades se agrandaron y se convirtieron en verdaderos centros de compra y venta, por lo que algunos campesinos se trasladaron de la vida rural a la urbana (éxodo), ya que esta nueva vida les ofrecía mejores condiciones y oportunidades.
En las grandes ciudades de la Europa medieval los artesanos se centraron en la exportación de mercancías con comerciantes de otras ciudades. Los comerciantes controlaban, pues, la llegada de las materias primas y la venta de los productos elaborados.
Los ciudadanos de las urbes se empezaron a clasificar en función de su clase económica (más alta o más humilde), creando ya un sistema de clases que se ve impuesto a la población. En muchas ciudades se empiezan a crear sucursales y empresas, dominadas por familias de gran importancia e influencia, como es el caso de los Médicis en Florencia, Italia.
Así pues, las primeras Bolsas son creadas en estas ciudades italianas alrededor del s. XIV, donde el comercio es incansable y siempre hay entrada y salida de productos. Esto entra en contraste con la visión de otras ciudades donde no existía un comercio estable, sino que habían ferias medievales que se encargaban de mover la economía en un pequeño plano, no como los negocios de gran envergadura que ya se realizaban en ciudades como Venecia o Brujas.
Es así como va fraguándose el sistema económico que perdura hasta hoy, el capitalismo, que se basa en el intercambio y en la ganancia (y por lo tanto en la pérdida de otros). Ya desde los feudos existía un intercambio de alimentos o servicios a cambio de una vivienda, y posteriormente cuando los mercados y el comercio tomaron forma esta estructura permaneció, de modo que siempre ha habido alguien que gana y que pierde. Podemos ver cómo el capitalismo siempre ha llevado ligada la imposición de una situación a las personas, para bien o para mal.